Quevedo: la pluma deslumbrante y afilada


Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645) es una de las mentes y las plumas más deslumbrantes de nuestras letras,  que dio lugar a una amplia producción literaria (tanto en verso como en prosa) personalísima y difícilmente imitable, pues para hacerlo habría que tener un ingenio portentoso como el suyo, lo cual no es muy común... 


Como es propio de su época y movimiento, el Barroco, es la suya una personalidad y una obra llena de contrastes: es capaz de moverse con la misma habilidad en lo culto y lo vulgar, lo sublime y lo grotesco, lo serio y lo burlesco, el amor y la misoginia, la angustia y la broma.

Nació en el seno de una familia vinculada a la corte y el poder, y vinculado a la corte y al poder estuvo toda su vida, lo que le valió, aparte de honores como el ser nombrado Caballero de la Orden de Santiago, muchos sinsabores y etapas difíciles, al pasar varias veces por el destierro e incluso la cárcel. Estuvo vinculado a personajes poderosísimos, como el Duque de Osuna (con en el que estuvo en Italia, donde participó en algunas intrigas y famosas conjuras, al parecer) o el mismísimo Conde-Duque de Olivares, valido de Felipe IV, con el que terminaría enemistándose. Estuvo casado, pero fue el suyo un matrimonio fracasado, y los distintos episodios oscuros de su biografía, sin duda, contribuyeron a su desengaño, su pesimismo y el carácter hipercrítico e incluso intolerante que mostró durante toda su vida y que, unido a su ingenio, le hicieron famoso ya entonces por su mordacidad, y le procuraron no pocos enemigos (el más famoso, literariamente hablando, D. Luis de Góngora, al que dedicó sátiras literarias que rozan el insulto).

La suya es, por tanto, una pesonalidad compleja y no demasiado amable. En las antípodas de lo políticamente correcto, se muestra muy ácido e incluso hiriente para criticar todo aquello que le molestaba, y que comprende defectos tanto físicos como morales, más trascendentes o más anecdóticos, y así, escribió críticas sinceras y mordaces, en serio y en broma, en prosa y en verso, a políticos, jueces, médicos, jóvenes, viejas, calvos, mujeres pequeñas, altas, bajas, negros, judíos, cornudos... y un largo etcétera de personas y situaciones que nos ofrecen un panorama caricaturesco de los aspectos más desagradables de su época. Pero por otra parte, es capaz de expresar como nadie la angustia vital por el paso del tiempo y la llegada inevitable y segura de la muerte, y la misoginia (es decir, odio a las mujeres) que rezuma alguno de sus textos más duros y sin duda sinceros, no impide que haya escrito alguno de los poemas de amor más bellos jamás compuestos en castellano. 

Y todo ello con un lenguaje ingeniosísimo, deslumbrante, que va de la metáfora  más delicada, bella, culta o refinada al taco más soez, Quevedo fue el máximo representante del conceptismo, corriente estilística que exprime las posibilidades expresivas del idioma jugando con los significados de las palabras, a través de metáforas sorprendentes, comparaciones, antítesis, paradojas, dilogías (usar una palabra con dos significados al mismo tiempo) , juegos de palabras y constantes asociaciones de ideas que relacionan cosas que en la realidad están muy alejadas (esto era lo que significaba "concepto" en la época), logrando así, como pretende todo el arte Barroco, sorprender al lector.

En prosa son famosos sus Sueños (una obra filosófica y satírica en la que reflexiona sobre distintos aspectos de la vida y la sociedad de su época, con la misma lengua conceptista que utiliza en su poesía), y una novela picaresca, el Buscón, en la que exagera todas las características del género (la deshonra del personaje, las penurias por las que pasa, los personajes con que se encuentra...) y vuelve a hacer alarde de su habilidad en el manejo d e los recursos del conceptismo.


Su obra poética, como dijimos, está llena de los contrastes extremos del Barroco, y va desde lo más sublime y elevado, a lo más vulgar y grotesco. Como Góngora, emplea tanto los metros italianizantes (los versos endecasílabos, los tercetos, las octavas reales... pero sobre todo el soneto) como tradicionales castellanos (versos octosílabos, romances, décidmas, letrillas con estribillo...), y aunque trató infinidad de temas distintos, es posible clasificar sus poemas en tres grandes grupos:

  1. La poesía filosófica, existencial y moral, en la que expresa de forma extrema esa visión desengañada de la vida propia del Barroco, que él vive con verdadera angustia. Para él, la vida no es más que tiempo imparable e inconsistente que nos lleva, desbocado, a la muerte, hasta tal punto que para él vivir es en realidad morir: cada minuto vivido es un paso que nos acerca a la muerte inevitable. En algunos poemas encuentra consuelo en el estoicisimo (aceptar con serenidad lo que no se puede cambiar) o la religión, con su promesa de una vida eterna tras la muerte.
  2. La poesía amorosa, en la que parte de los tópicos del petrarquismo (el amor inevitable a una dama bellísima, que empieza por los ojos pero no es correspondido, provocando un intenso sufrimiento inevitable; un sentimiento espiritual, constante y fiel...) pero introduce dos novedades:
    • el uso del lenguaje conceptista, que juega con las contradicciones de este sentimiento y todos sus tópicos en metáforas, antístesis, paradojas, asociaciones sorprendentes de ideas....
    • la idea novedosa de que ese sentimiento, puro y espiritual, que pertenece al alma y no al cuerpo, y se mantiene constante a pesar del paso del tiempo, sobrevivirá también a la muerte (su famoso "polvo enamorado", en que se convertirá el amante tras morir)
  3. La poesía satírica-burlesca, en la que Quevedo hace un continuo alarde de ingenio conceptista para criticar todo tipo de defectos físicos y morales, individuales y sociales, mediante la caricatura, la hipérbole desmesurada y el humor, a veces cruel, que recurre sin dudar a los juegos de palabras y la inclusión de la lengua coloquial y hasta vulgar, con sus frases hechas, sus dobles significados y hasta sus tacos. Aquí se incluyen también los famosos poemas escritos contra su máximo rival literario, el culterano Góngora, con el que se muestra hiriente sin pudor.

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